Unos humildes y pudibundos observantes de la urbanidad foril zahiriendo a Pazuzu, el rey de los demonios del viento, promotor del caos y la barbarie, al que se le arruga el ombligo cuando tiene que recoger las consecuencias de las tempestades que él mismo ha sembrado; el ídolo que algunos creian forjado en mármol granítico descubrimos por enésima vez que esta manufacturado en loza barata que se fractura en mil pedazos en cuanto lo zarandeas un poco.
¿Dónde queda la potestad soberana de Pazuzu cuando ante los reiterados descalabros no le queda sino recurrir a una entidad superior tan cuestionada como la que dirige esta ciudad sin ley de la que Pazuzu se sirve para moverse como pez en el agua? El pobre
@querido líder nada sabe de recomponer baratijas ni juguetes rotos; si para restituir el orgullo menoscabado solo queda invocar a una autoridad ajena, pues la dignidad propia brilla por su ausencia, eso no es culpa de ningún beato.
La escena es tan jocosa y desternillante que invita a la ternura más que al reproche. Se siente tan frágil y vulnerable que dan ganas de fundirse con él en un gran abrazo reconciliador. Pocas veces una confesión de impotencia y debilidad fue tan descarnada y humillante para su promotor, así que no se lo tenemos en cuenta porque sabemos que en el fondo admira tanto como detesta a su némesis.